miércoles, 25 de enero de 2012

Camps, no culpable

Había un tiempo muy feliz, allá por la edad antigua donde si nacías pobre te morías pobre y si nacías rico hacías lo que te daba la real y santa gana. Los tiempos han cambiado, sí, pero cada vez nos acercamos más a los orígenes. Ahora ya no se trata tanto de ser pobre o rico, la cosa gira más en torno a algo llamado poder. Yo personalmente prefiero llamarlo avaricia, falta de escrúpulos o codicia. 


Llevamos una semana movidita: dos naufragios (léase Megaupload y Costa Concordia) y ahora, un tercero; la absolución de Camps. Valencia se hunde irremisiblemente en la miseria y a nadie de los que podrían evitarlo parece importarle un pepino. Creo que somos varios centenares de miles los que pensamos que mejor nos iría yéndonos a vivir a Grecia (bueno, puestos a pedir que sea Islandia). 

Sin embargo, no soy yo quién para declarar la culpabilidad o inocencia del molt honorable en el caso de los trajes. Pero creo que sí que estoy mentalmente capacitada para confirmar (una y mil veces) que SÍ es culpable de haber empujado a Valencia por el precipicio. No tengo demasiada edad ni experiencia para compararle con Zaplana (bueno, entonces ya reinaba el gran C.Fabra) pero, ¿tan malo fue? No creo que lo fuese más que Camps.


Valencia ha vivido una reconversión progresiva, hemos pasado de ser una comunidad autónoma a ser el cajón desastre de los grandes desastres eventos de España. Pero no es culpa ni de los votantes del PP ni de los que votan en blanco ni de los que votan a otros. Independientemente de su ideología, cada político asegura que hará todo lo que esté en su mano para facilitar y mejorar la vida de las personas sobre las que gobierna. Seamos fans o no del PPCV, hay que reconocer que objetivamente su "deber" como partido es hacer lo más adecuado para mejorar la calidad de vida de los valencianos y hacer crecer a la Comunidad de forma legal y honrada (lástima que se lo pasen por el forro). 

No, el error no lo cometen los votantes, repito que toda la culpa es de la mala gestión de Camps y de la mayoría (me gusta pensar que todavía queda algún alcalde o concejal al que todavía le quede algo de integridad) de su partido la que nos ha llevado a esto. Me cuesta imaginar cómo es posible que haya gente que solo viva para  amasar poder y aparentar algo que no es ante terceros. Derroche tras otro sus negocios y chanchullos poco transparentes nos afectan a todos hasta convertir a Valencia en un reducto de pantomima y fanfarria donde la farsa, la estafa y la malversación más banal y patética nos han dejado a todos con NADA. 

Niegan las ayudas de dependencia y las becas a quien más lo necesita  la vez que invierten con cheques sin fondo en eventos desastrosos y deficitarios, desarrollan proyectos faraónicos realmente fuera de lugar; aeropuerto de Castellón, AVE, Ciudad de la Luz, Terra Mítica, Ciutat de les Arts i les Ciències... 


Esto sólo es la cara visible de todo lo que se ha hecho (y se hará) mal en el Levante; ya llegan los impagos, los recortes, más barracones, menos profesores, subida en las tasas y en el transporte urbano, más impuestos y cero ayudas (y lo peor está por llegar). Olvidan y pisotean a los ciudadanos mientras guardan las apariencias en el circo tan esperpéntico y extravagante que ellos mismos financian y protagonizan. Pretendieron ser "el modelo de España" y nos hemos quedado en el modelo de "cómo no gestionar España". 

Repito que el veredicto de hoy es sólo la punta del iceberg, un iceberg canceroso y putrefacto, arraigado y enquistado en lo más profundo de nuestra tierra, con ansias de extenderse como metástasis hasta el último rincón de la Comunitat. Un escenario realmente grotesco del que difícilmente saldremos si no optamos por salir a la calle y reclamar lo que nos corresponde, sin medias tintas.

jueves, 19 de agosto de 2010

El país de las últimas cosas



Acabo de terminar de leer “el país de las últimas cosas”, de Auster y he sentido la necesidad insostenible de ponerme a escribir sobre él. Me habían hablado muy bien del escritor. Pero no era nada comparado con la realidad. Supera con creces las expectativas. Su forma de relatar la miseria y la desesperación me han sacudido. Los experimentos que propone en su novela consiguen introducirte en un mundo devastado. Deja a tu elección las causas del desastre pero cuenta con una maestría arrolladora las consecuencias. Se desdobla para narrar las desgracias particulares de los personajes que van apareciendo a lo largo de toda la obra, presentándolos de forma impersonal a la vez que profunda. No da detalles sobre el aspecto de su protagonista, Anna pero consigue te sientas parte de ella. El estado en que se encuentra la ciudad escenario de la acción puede parecer un mundo abstracto y hiperbólico de lo que podría ocurrir en un futuro no muy lejano. Pero si nos paramos a reflexionar en la idea de la metrópolis post-apocalíptica nos damos cuenta que en al mundo actual hay ciudades que no difieren demasiado del modelo que nos presenta la novela. Asesinatos, muertes, robos, mafias, suicidios, mercado negro, mendigos. Son solo algunos elementos más de la realidad que envuelve a los personajes. Conviven en una cotidianidad insostenible que se traduce en la rutina de la supervivencia. Sin más, con el destino incierto de no saber que ocurrirá mañana, pero con la certeza de que serán capaces de lograr sobrellevar lo que venga, con el único deseo de subsistir un día más.


Sin embargo no es complicado extrapolar la situación y compararla con el estado en el que se encuentran algunas zonas a día de hoy. Partes de África, Asia o América Latina pueden convertirse en ejemplos actuales de metrópolis enteras desestructuradas, a merced de su propia suerte. La inseguridad es el pan de cada día para miles y miles de personas. Puedes poner nombre a esas masas recordando a los que se apiñan bajo lonas de plásticos en Haití, meses después de la desgracia (aunque su situación no era muy distinta antes). Puedes acordarte de los ciudadanos de Corea del Norte, oprimidos por el fanatismo y la desinformación. También puedes pararte a recordar los millones que se cobijan en los campos de refugiados que invaden en hemisferio sur. Pero son imágenes lejanas, imprecisas y difusas. Fantasía al fin y al cabo, como las historias de Auster.

martes, 15 de junio de 2010

Hoy dejo un artículo que escribí hace unos meses:

Cuando entré de nuevo en las aulas para cursar segundo de bachillerato este septiembre nos informaron amablemente (y con sonrisa incluida) de que este año todo cambiaba. No me refiero a un cambio de esos interiores, de esos que llevas por dentro durante la adolescencia, los mismos de los que la sociedad en general siempre parece saber mucho más que tu mismo. No, este cambio era de los extraordinarios, de los raros, de los educación. Dijeron algo sobre un importante modificación estructural en las pruebas PAU, algo sobre asignaturas de modalidad y poco más. Fuimos muchos los que preguntamos pero nadie (y remarco el nadie, valga la redundancia) nos supo decir muy bien de que iba aquello. Bien- pensamos- aún estamos a principio de curso. Que ingenuos. Los profesores pasaron más de un mes sin saber hacía donde tirar ni que hacer con nosotros, aulas repletas de descuidados zagales. Finalmente, cuando el mes de octubre tocaba a su fin y el otoño se asentaba fueron convocados los educadores a una reunión a la que acudieron ilusionados y receptivos. No obstante, volvieron desilusionados y tristones algunos, e hiperactivos y nerviosos otros tantos (más los graciosillos que ni se molestaron en acudir). La reunión fue tan abstracta y ambigua que los pobres decidieron comenzar a experimentar con nosotros haciendo caso a sus propias cábalas y a las de tantos otros colegas preocupados. Mezcla explosiva. Veremos como termina la propuesta, en estos momentos en las aulas se está preparando un auténtico cóctel molotov cuyas catastróficas consecuencias aún se desconocen.


Cansada y harta de la desinformación permanente que día a día prevalece en la vida ciudadana de este país decido simplemente informarme, saber de que va el asunto. En ningún momento me planteo siquiera protestar, oigan, que yo el concepto de ciudadanía lo tengo muy arraigado dentro. No como otros, y no me refiero a nuestros amigos, los bienintencionados trabajadores del gobierno. A ver cuantos seríamos capaces de desarrollar con tantísima integridad y buenas intenciones nuestro cargo político...Como se nota que España es un país de envidiosos. Ustedes disculpen al vulgo, ilustres señores políticos.


Volviendo a lo que iba, esta tarde me decidí a entrar a la página web del Ministerio de Educación (muy chula por cierto, con unos colores de lo más llamativos). Entré ilusionada, al fin voy a saber cual va a ser ese importante cambio- me dije. Mi gozo en un pozo, la actualización más reciente lleva el siguiente título: “Resolución de 10 de diciembre de 2008”. Tampoco hay suerte en la página de la “Generalitat”, ni tampoco en el socorrido “Google” en general. Nada. Decido preguntar a la orientadora del centro en el que estudio y ni las mismísimas universidades parecen saber muy bien de que va el asunto. Mi desconcierto alcanza ya cotas asombrosas. Las preguntas comienzan a proliferar en mi cabeza: ¿Por qué este cambio?¿Qué se pretende conseguir realmente?¿A quién se le ocurren estas cosas?¿Es esta la forma adecuada?



Reflexiono y me doy cuenta de que no se el porqué de este cambio, no sé cuales son los auténticos objetivos y tampoco sé a quien se le habrá ocurrido semejante invento. No obstante, creo tener la respuesta a la última cuestión. Un rotundo no, es que no se me ocurre otra cosa, la verdad. Este no es ni será el método adecuado, ni ahora ni nunca. La ya de por si deficiente organización de determinados organismos no hace nada más que incrementarse con esta “reforma”. Todo esto se suma a la creciente desinformación que ya venimos sufriendo desde que comenzaron a oírse los primeros rumores. Pero es que, sinceramente, no hay derecho. Cada día que pasa me voy dando cuenta progresivamente de que en este país de pandereta la coherencia y la profesionalidad tienen cada vez menos cabida. Porque quien sabe, quizás este cambio sea beneficioso para nosotros, que incluso puede que nos brinde más oportunidades el día de mañana, quien sabe. Pero no lo sabemos y no porque no queramos o no nos importe. No, simplemente es que nadie se ha tomado la molestia de informarnos.

domingo, 30 de mayo de 2010

La Roja, alianza nacional indiscutible



Podemos, sí. Todos con la roja, ¡a por el mundial! Que los españoles vamos a ganar, reitero, que podemos. Hay que ver con que facilidad se usa el plural inclusivo en la actualidad. Nos meten a todos en el mismo saco y tan alegremente, que forma tan inocente de cohesionar el país en tiempos difíciles. Un mundialillo y se arregla todo, a por Sudáfrica. Todos juntos. Como si los goles los metiese el vecino del quinto y los parase el camarero del bar de abajo. Claro que sí, porque si ganamos, ganamos todos. Pero si perdemos no perdemos, pierden. Entonces ya no somos tan seguidores de la Roja ¿eh? Que rápido se les quita el fanatismo (y no me incluyo, porque yo de eso nunca he tenido, espero que ni inconscientemente). Si se da el caso de que la prodigiosa selección no arrase con el resto de equipos de segunda que tengan el honor de jugar con ella, ¿qué ocurrirá realmente?¿Será otro 2008? El merchandising variado e infinito se quedará en las estanterías como un recuerdo funesto para coleccionistas ocasionales. Una anécdota más. Una más en la historia de un país que parece haberse fundamentado en ellas, vamos de historieta en historieta. Nos movemos entre los pudo ser y no fue del pasado y los quiero y no puedo del presente. Pero todo bien maquillado, no se vayan a ver las grietas. Aquí volvemos a lo mismo, al punto de partida, que triste que una nación sólo consiga unirse a través del deporte de masas. Ni planes, ni leyes, ni decretos, ni ostias. La crisis parece que se supera con la frivolidad, con el fingimiento de una euforia desmedida y compartida para enterrar otros problemas más graves.


Si, ustedes sigan con la fiesta, a ver cuanto dura la ilusión esta vez...¿cuartos, octavos, finales? Quien sabe, pero si ganan ganáis todos, y si no a otra cosa mariposa. Veremos que se les ocurre después para manteneros contentos los domingos, haceros gastar en souvenirs inútiles y permitiros olvidar la realidad que tan duro golpea los lunes.

viernes, 28 de mayo de 2010

Aburrimiento catódico

Últimamente ando de exámenes y cuando descanso de estudiar me da por poner la tele. Cambio de canal, la primera, CNN, Antena 3, Tele 5, más o menos todo lo mismo. Dejo puestas las noticias, que ya que voy a perder el tiempo al menos me entero de algo. Se repiten constantemente, la mayoría sensacionalistas: sucesos, deportes, algo de política, economía, siempre hay crisis, puta crisis. Los chistes fáciles de los presentadores me revuelven, por falsos. Los reporteros retransmitiendo desde las fiestas patronales de cualquier pueblo dejado de la mano de Dios en alguna de las Castillas me ponen enferma. Si cambio de canal la cosa empeora, con un poco de suerte solo será un aburrido programa de cocina para amas de casa ociosas. De esos en los que todo es perfecto, todo huele bien y las recetas imposibles se hacen en veinte minutos. Si hay mala suerte encontraré un corrillo de porteras voceando y bailando danzas profanas encima de cualquier persona que aún conserve algo de dignidad. Aunque eso siempre puede ir a peor. La mención a cualquier persona honrada suele venir acompañada de abucheo y descrédito, pero al menos se menciona a alguien ajeno a la decadencia permanente de estos sectores. En realidad su actividad más habitual es llenar y rellenar horas, minutos y semanas con las replicas, debates y comentarios sobre lo que X dijo sobre lo que Z había comentado antes a Y en respuesta al insulto de G. Basura.

Es un tópico, pero lo odio, y cada día más. Me parece una falta de respeto tremenda a los miles de profesionales del mundo de la comunicación que andan a día de hoy desempleados, becarios o haciendo trabajos que no soportan mientras ven como esa gente ocupa los lugares para los que ellos están cualificados. Me dan escalofríos de lo injusto. Pero si se mantienen este tipo de fórmulas es porque la gente decide verlas, familiares míos, sin ir más lejos. El enemigo en casa. El problema es que esos programas se ven por inercia, por aburrimiento y morbosidad a partes iguales. Si no ponen nada mejor, pues perdona, pero yo dudo seriamente que teniendo más de treinta canales “no pongan nada mejor”. Otra excusa que me revienta es “antes estaba viendo un documental en Punt 2 sobre las tribus de africanas/la prehistoria/el feminismo/los orangutanes pigmeos de la isla de Borneo...” Si, ya, y luego vemos la Noria ¿para qué? Para compensar, obviamente... Igual era más útil compensar llamando por teléfono a un conocido, a un amigo, o salir a dar una vuelta, o pensar, sin ir más lejos.

No es necesario plantear el aburrimiento como una excusa para absorber los programas que prohibimos a los niños como si fuésemos zombies hipócritas sin cerebro. Lo que pretendo decir es que se puede pasar el tiempo de mil formas más interesantes, pero hoy en día la gente no sabe aburrirse, se ha olvidado como disfrutar de los ratos libres y las horas ociosas. Nos quejamos mil veces de lo estresados que vamos, pero ¿qué hacemos cuando tenemos diez minutos libres? Perderlos, y no me refiero sólo a ver un poco de telebasura, hablo de todo en general. O llenamos los días con actividades que odiamos para no aburrirnos o nos aburrimos de la forma más patética que se nos ocurre. Reivindico el placer de aburrirse con dignidad.